Con el cese de la producción del alfar de Miguel Fuertes en
la década de 1950 se extingue la peculiar e interesante alfarería tradicional
molinesa. La forma más representativa salida de las manos del alfarero es el
cántaro, cacharro imprescindible en el ajuar doméstico de la sociedad rural
tradicional que servía para que las mujeres pudiesen transportar el agua desde
la fuente a la casa, almacenándola en el propio cacharro hasta su uso en el
guiso, en la limpieza de los enseres de cocina o en los barreños y cociones de
la colada. El cántaro molinés es excepcional en la alfarería popular de la
provincia de Guadalajara, pues su morfología se asimila más a la de los centros
alfareros aragoneses del Jiloca que a la del resto de alfares provinciales.
El cántaro robusto y pesado fabricado por Miguel Fuertes,
oriundo de Daroca, donde aprende el oficio, se produce de forma residual en la
última fase de actividad del alfar y se caracteriza por tener una forma de
peonza con base muy ancha en relación al tamaño del recipiente y por disponer
un cuello con forma de embudo, cilíndrico en su parte superior y de borde
plano, que se ejecuta en una segunda tirada después de que el cuerpo haya
secado. Mientras que lo habitual en el resto de centros alfareros provinciales
es que el cántaro tenga un único asa, en el cántaro de Molina de Aragón se
disponen dos asas acanaladas enfrentadas que nacen a mitad del cuerpo con una
pegadura apuntada muy pronunciada y que terminan en la transición entre el
cuerpo y el cuello. Sin embargo, la característica más llamativa, que otorga
una gracia y belleza especial al cacharro, es la orla de dos bucles que el
alfarero pinta a pincel con almagre rojo (el famoso ocre extraído en las minas
de Peñalén) a cada lado del cuerpo. Aunque el tamaño del cántaro es variable,
lo habitual es que su altura no sobrepase los 40 centímetros, oscilando su
capacidad entre los 12 y los 16 litros.
A pesar de su producción residual, el cántaro era tan
apreciado por la población molinesa y está tan enraizado en sus usos y
costumbres que, cuando se extinga la producción de los alfares tradicionales
que rodean el cerro del castillo, otros alfares extra-provinciales imitarán su
forma y lo distribuirán por todo el Señorío de Molina. En las fotografías
inferiores los cántaros que aparecen en la fuente de Tortuera o, a la venta, en
el antiguo bazar de la calle de las Tiendas, son imitaciones procedentes de
Agost (Alicante) de los cántaros de Molina de Aragón. Esta pieza inconfundible es el bello epílogo
de la alfarería del Señorío de Molina, por otra parte, muy desconocida.
CARLOS TOLEDANO
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