domingo, 19 de marzo de 2017

ALFARERÍA POPULAR MOLINESA

Con el cese de la producción del alfar de Miguel Fuertes en la década de 1950 se extingue la peculiar e interesante alfarería tradicional molinesa. La forma más representativa salida de las manos del alfarero es el cántaro, cacharro imprescindible en el ajuar doméstico de la sociedad rural tradicional que servía para que las mujeres pudiesen transportar el agua desde la fuente a la casa, almacenándola en el propio cacharro hasta su uso en el guiso, en la limpieza de los enseres de cocina o en los barreños y cociones de la colada. El cántaro molinés es excepcional en la alfarería popular de la provincia de Guadalajara, pues su morfología se asimila más a la de los centros alfareros aragoneses del Jiloca que a la del resto de alfares provinciales. 






El cántaro robusto y pesado fabricado por Miguel Fuertes, oriundo de Daroca, donde aprende el oficio, se produce de forma residual en la última fase de actividad del alfar y se caracteriza por tener una forma de peonza con base muy ancha en relación al tamaño del recipiente y por disponer un cuello con forma de embudo, cilíndrico en su parte superior y de borde plano, que se ejecuta en una segunda tirada después de que el cuerpo haya secado. Mientras que lo habitual en el resto de centros alfareros provinciales es que el cántaro tenga un único asa, en el cántaro de Molina de Aragón se disponen dos asas acanaladas enfrentadas que nacen a mitad del cuerpo con una pegadura apuntada muy pronunciada y que terminan en la transición entre el cuerpo y el cuello. Sin embargo, la característica más llamativa, que otorga una gracia y belleza especial al cacharro, es la orla de dos bucles que el alfarero pinta a pincel con almagre rojo (el famoso ocre extraído en las minas de Peñalén) a cada lado del cuerpo. Aunque el tamaño del cántaro es variable, lo habitual es que su altura no sobrepase los 40 centímetros, oscilando su capacidad entre los 12 y los 16 litros.

A pesar de su producción residual, el cántaro era tan apreciado por la población molinesa y está tan enraizado en sus usos y costumbres que, cuando se extinga la producción de los alfares tradicionales que rodean el cerro del castillo, otros alfares extra-provinciales imitarán su forma y lo distribuirán por todo el Señorío de Molina. En las fotografías inferiores los cántaros que aparecen en la fuente de Tortuera o, a la venta, en el antiguo bazar de la calle de las Tiendas, son imitaciones procedentes de Agost (Alicante) de los cántaros de Molina de Aragón.  Esta pieza inconfundible es el bello epílogo de la alfarería del Señorío de Molina, por otra parte, muy desconocida.

   CARLOS TOLEDANO


















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